En aquellos años fronterizos entre la niñez y la adolescencia pasábamos las tardes de los domingos a caballo entre las salas de juegos y los cines. Eran abundantes los cines que había entonces en la ciudad. Más adelante, cuando dejamos atrás la adolescencia, frecuentaríamos otros ambientes más adultos como las salas de fiesta y discotecas. De todos esos ambientes de la vieja Pamplona hablaré en esta entrada. Seguiré un criterio cronológico y empezaré por rememorar aquellas salas de juego que había o al menos que recuerdo, -porque haber había muchísimas más, seguro-, en la vieja Pamplona de los años 70.
Dos de las
salas que con más frecuencia visitábamos en aquellos años fueron la sala de juegos de la Estafeta y la sala de juegos
Carlos III en la calle Cortes de Navarra. La sala de juegos de la Estafeta que
posteriormente se reconvertiría en un salón de máquinas tragaperras tenía, creo
recordar, forma de L invertida. En su primer tramo y a ambos lados había
infinidad de máquinas flipper que posteriormente irían dejando espacio a las máquinas recreativas más modernas para aquel entonces: ping pong,
mata marcianos, plataformas, etc. Al final de este tramo un juego de ping pong
y en el segundo tramo de la L un billar y algunos futbolines.
Solíamos acudir invariablemente a la sala de juegos antes o después del
cine, dependiendo de si acudíamos a la sesión del cine de las 17:00 o las
19:30. Allí pasábamos un par de horas, alternando los flippers con algún billar o futbolín, hasta que volvíamos a casa al filo de las diez de la noche.
La sala de juegos Carlos III estaba en un sótano, situado entre la iglesia de San Ignacio y la tienda del Salón del Visillo, frente al cine Carlos III. Se accedía a la sala bajando un largo tramo de escaleras que conducían a un primer tramo estrecho, donde estaban los flippers y máquinas recreativas y que giraba luego hacia la derecha para desembocar en una amplia sala de billares, con algunos recovecos. En esta sala había media docena de billares y algún futbolín, pero su punto fuerte eran los billares y en aquel tiempo era a lo que solíamos jugar. Te cobraban por tiempo de juego.
Solíamos jugar al billar francés o de carambolas. Había 3 bolas y el propósito del juego era impulsar tu bola con el taco, para tocar con ella las otras dos y hacer una carambola. Había un marcador manual, como un ábaco, que te permitía indicar la cantidad de carambolas que ibas realizando. Alguna vez jugábamos también al billar americano en el que había que meter las bolas en las troneras. Las recreativas, con el paso del tiempo empezaron a compartir su espacio también con algunos simuladores, sobre todo de coches, con su volante y su embrague.
Había otras salas de juego que recuerdo muy vagamente porque apenas fuimos un par de veces, al menos tres de ellas estaban en el Casco Antiguo, una en la plaza de San Nicolás, donde luego se instaló Ortopedia Aquiles, otra en la calle Jarauta, a mano derecha, antes de llegar al cruce de Descalzos y Santo Andia y la última de ellas en la Navarrería, creo que una de ellas se llamaba «El Trébol». Fuera del Casco Antiguo también recuerdo vagamente alguna otra sala a las que fuimos muy esporádicamente y en época muy temprana, había una en la Plaza de la Cruz, otra cerca de ésta a caballo entre el Salón Champagnat y el Salón Loyola que se llamaba Caleidoscopio y otra, subterránea como la de Carlos III en la zona de la plaza Príncipe de Viana más cercana a la avenida de San Ignacio. No era propiamente una sala de juegos sino más bien una bolera, la recuerdo a finales de los 70 y estaba en la calle del Carmen, en el lado derecho de la calle, en el tramo comprendido entre el cruce de Dos de Mayo con el Portal de Francia. No fuimos muchas veces por eso me sorprendo al recordar la existencia de aquella dotación en pleno casco viejo. Creo que se llamaba Simon's.
Mucho ha cambiado el ocio de los jóvenes desde entonces, no en vano muchos de aquellos juegos de las recreativas, simuladores y demás han alcanzado un alto grado de desarrollo en los juegos de ordenador y consolas posteriores, dejando sin razón de ser aquel tipo de entretenimiento.
Años después fueron cerrando todas, poco a poco, como empujadas por un efecto dominó.
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