Lo verdaderamente increíble, es la vida misma.
EL DESCUBRIMIENTO
(Por José Aº del Puerto)
MADRID, 1973
Éramos una
pandilla de ocho o diez chavales y todos rondábamos los 13 años. Por las
tardes, cuando terminaban las clases y salíamos del colegio nuestro
entretenimiento habitual era jugar en la calle.
El futbol,
el escondite, las canicas, las chapas… habían sido nuestros juegos en los
últimos años, pero poco a poco eso iría cambiando.
Con la paga
semanal calentita en el bolsillo, algún domingo nos escapábamos a los
recreativos del barrio, en la calle del Arroyo del Olivar. Una mesa de ping-pong,
un par de futbolines y dos o tres máquinas de flippers mecánicos, era todo lo
que había, aparte de un billar de carambola desmontado y muy deteriorado
arrinconado al fondo del local.
El señor
Julián era quién nos proporcionaba el cambio y quién nos echaba alguna vez a la
calle, por montar demasiado alboroto.
Todavía
recuerdo el regreso de las vacaciones de verano de ese año, el reencuentro con
los amigos y la vuelta a los recreativos.
Habían
aprovechado el escaso negocio del verano para reformar el local y poner nuevas
máquinas, además habían reparado la mesa de billar y esta lucía desafiante en
mitad de la sala.
Dos hombres
mayores estaban jugando.
Tres o
cuatro de nosotros nos acercamos y estuvimos mirando el desarrollo de la
partida hasta que terminaron, al rato entró un grupo de chavales entre los que
se encontraba mi hermano mayor y pidieron las bolas de billar para echar una
partida. ¡No tenían ni idea!
No recuerdo
porqué, pero uno de los chavales se tuvo que marchar y mi hermano me llamó para
que le sustituyera.
Esa fue la
manera en la que debuté como “billarista”.
A partir de
entonces y cuando el bolsillo nos lo permitía, nos acercábamos a los
recreativos y le dábamos a las bolitas.
Poco a poco
fuimos aprendiendo a coger el taco, a imaginar trayectorias, a dar efectos, a
ejecutar massés… a pifiar.
Hacer una carambola era una auténtica fiesta. Saboreábamos la
satisfacción de las victorias con la
frustración de las derrotas.
¡El espíritu
del billar ya estaba dentro de nosotros!
Algunos
meses después, localizamos otros locales en el barrio, pero estos, eran locales
dedicados exclusivamente al billar.
Locales con
enormes mesas de carambola, con buenos jugadores y por qué no decirlo, no
demasiado apropiados para chavales de nuestra edad.
Locales en
los que se jugaba por dinero, en los que se bebía y se fumaba.
Locales muy
parecidos a esos que vemos en las películas
americanas.
Locales en
blanco y negro… -pero bueno, eran otros
tiempos-.
En la
Avenida de la Albufera había un par de locales más, aunque no tan sórdidos como
los anteriormente descritos.
Nuestro
preferido era uno al que se accedía desde un portal y al final de una estrecha
escalera metálica nos encontrábamos con dos mesas de medio match y cuatro de
gran match.
Uno de esos
días vimos puesto en la pared un cartel-anuncio en el que se convocaba a todos
los interesados a participar en un evento para la captación de jugadores.
Yo decidí
apuntarme.
Durante los
dos años siguientes descubrí lo que era el billar de competición, logrando
buenos resultados en categoría junior. Mis récords personales fueron 86
carambolas jugando a libre y 8 a tres bandas.
El trabajo,
los estudios y sobre todo un cambio de domicilio a otro barrio de Madrid fueron
el desencadenante para que cambiara de amistades y esto hizo que poco a poco me
distanciase del billar, hasta dejarlo definitivamente.
MADRID, 2001
Habían
pasado 25 años.
Ese día no
fui a comer a casa y entré a tomar algo en un bar en la Plaza de Manuel Becerra
en el que servían comidas, este bar pertenecía a unos recreativos en los que
aparte de máquinas tragaperras, futbolines, video-juegos y pinballs
electrónicos, tenían cuatro mesas de billar americano.
La verdad
es que comí muy bien ese día con lo que lógicamente repetí en otras ocasiones,
así se fue creando una cordial relación con algunos clientes fijos y con la
camarera que atendía en la barra. Uno de los hijos de Tere, -que así se llamaba
la camarera- también comía allí alguna vez, con lo que llegué a conocerlo y con
el tiempo entablar una buena amistad… y que por casualidad tenía como hobby el
billar.