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010. RELATOS INVISIBLES ❶ LOS BILLARES QUEVEDO

lunes, 11 de octubre de 2010

 

 

Buscando material para próximas publicaciones me he topado con este estupendo artículo sobre los míticos y desaparecidos billares Quevedo, en esta página web: 
 
El Mundano
https://elmundano.wordpress.com/

 

  

ENTRE DOS AMORES

(Por Rodri)

 

 

No estaban en la Glorieta de su nombre sino en la calle Arapiles. Era  un local en forma de U que tenía dos entradas. En el fondo, las mesas de billar. No hay nada en el mundo que pueda compararse a un tapete verde y bien iluminado rodeado por la penumbra del resto; ni al sonido del taco al golpear la bola blanca del punto y el chasquido de las otras al conseguir, o no, la carambola.

 

A pesar de que me encantaba, nunca fui un buen jugador de billar; nunca logré el equilibrio exacto de potencia al golpear con el efecto deseado para hacer un “pasebola”, o un “corrido”, o bien lucirme con una carambola a tres bandas. Me defendía pasablemente, obteniendo en algunas ocasiones una "tacada" de cinco o seis que, luego apuntaba con el taco en mi marcador, henchido de satisfacción interna.

Pero en los Billares Quevedo había otro tipo de máquinas en las que estaba más versado: los futbolines. Junto a un "amigo" que, precisamente, vivía en la misma Glorieta de Quevedo, en la casa que daba por su fachada lateral a Arapiles y cuyo portal estaba entre la esquina y el mítico salón de baile “Las Palmeras”, me licencié en el  noble arte del futbolín hasta convertirme en el "rey de la muñequilla".

Ricardo era la auténtica figura de los futbolines. Estoy hablando del año 1960. Él era algo mayor que yo, pues ya estaba en los dieciséis (Neil Sedaka no hizo "Feliz cumpleaños" pensando en mi) y nunca supe a que se dedicaba realmente. No debía trabajar ni tampoco estudiaba porque fuera la hora que fuera siempre se le encontraba allí, en los Billares Quevedo. Con él aprendí a jugar mal para aceptar el reto de otra pareja en una partida inocente en la que sólo te jugabas el precio de otra partida. Entonces había que echar en la ranura de la mesa una "rubia", o una "cala", para los jóvenes: una peseta.

Me aficioné al futbolín por Ricardo, pero lo que me gustaba de verdad era el billar, pero a él no y como era mayor que yo...

También aprendí con él a ligar por la calle. No sé si esto se hará ahora; probablemente, no. Pero entonces el Ricardo y yo, después del billar y los futbolines salíamos a la calle, nos tomábamos una caña con aperitivo de mejillones en Casa Marín, que estaba enfrente, y nos decíamos: ¿vamos a ligar?  Pues vamos.

Había que buscar dos chicas que fueran andando tranquilamente y nos acercábamos a ellas. Esto que puede parecer machista era un ejercicio social maravilloso. Primero tenías que conseguir que escucharan; después, que se rieran y, luego, se entablaba conversación que terminaba en nada o en quedar para el día siguiente. ¡Ya ves tú!

No sé qué fue de aquel chaval. En el curso 61-62 dejé de verle y no he tenido noticias suyas nunca más. Pero me quedé con la afición al billar.

Por cierto. En este improvisado batiburrillo de recuerdos, tengo que citar unos billares que para mí eran los más impresionantes del mundo: los billares de los sótanos del cine Callao. Se entraba por una escalinata que en un primer descansillo tenía un ventanal sobre aquella inmensa sala de billares (y también futbolines) pero la vista desde aquel mirador, con decenas de mesas de billar vistas desde arriba, le hacían a uno sentirse Paul Newman en "El buscavidas" dispuesto a ganar al "Gordo de Minnesota" hasta la vida misma. Y eso que ellos jugaban al billar americano y nosotros al francés, el de tres bolas y la mesa sin agujeros. Ni siquiera en esa película salía una sala de billares como la del Cine Callao.

Siempre soñé que cuando fuera rico tendría una mansión con una sala de billar y un futbolín. 

Me he tenido que conformar con el Brain Training de Nintendo. 

 

 

 

 

 

 

 

Nota: Con el cambio de siglo Billares Quevedo, calle Arapiles nº 5, dejó su sitio a una sala de juegos y máquinas tragaperras. 

¡Qué pena!

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