ATENCIÓN: PELIGRO DE EXPLOSIÓN
Hacia la mitad del siglo XIX, el uso extendido del marfil en las empuñaduras de
todo tipo de enseres, de cubiertos, en los teclados de los pianos, en joyería y, sobre
todo para la fabricación de bolas de billar, hizo empezar a temer por la población de
los elefantes.
El caso de las bolas de billar era particularmente importante, pues su consumo se estaba incrementando y de alguna manera había que buscar posibles materiales sustitutivos, como la madera maciza de diversa procedencia arbórea no tenían las propiedades adecuadas para el choque cuasielástico requerido por los jugadores profesionales o cualificados en tal disciplina. Así que el más importante fabricante americano de bolas de billar, Phelan and Collander, instituyó, en la década de los sesenta de ese siglo XIX, un preciado premio de 10.000 $, destinado al inventor que pudiera proporcionar un material que sustituyera al marfil de sus bien amadas bolas de billar.
Un inventor de Albany, en el Estado de Nueva York, J. W. Hyatt Jr.,
decidió que el premio merecía un esfuerzo más que razonable y se puso a
trabajar en ello. No está del todo claro de dónde le llegó la información que
cristalizó en su inventó, pero el caso es que para 1869 había conseguido unas
bolas de billar elaboradas casi exclusivamente con un material que, por aquel
entonces, era conocido entre los iniciados como "colodión".
Pero el colodión tenía ya, para entonces, su pequeña historia que merece ser
contada con cierto detalle. Veinticinco años antes, un profesor de química de Basilea llamado Christian Friedrich Schönbein, había escrito una carta a Faraday en la que le comunicaba
que, siguiendo trabajos previos de unos químicos franceses, Pelouze y
Braconnet, había conseguido hacer reaccionar papel con una mezcla de ácidos
nítrico y sulfúrico, obteniendo una nueva sustancia de propiedades bastante
curiosas y que hoy denominamos nitrato de celulosa porque, como ya sabemos, el
papel está básicamente constituido por fibras de celulosa, un polisacárido. Las fibras de celulosa son
también las que forman parte de los tejidos de algodón, una precisión qué debo
hacer para que la historia que sigue debajo tenga una cierta consistencia. El
hecho de hacer reaccionar a una sustancia de origen natural (celulosa) con
productos químicos, para dar lugar al nitrato de celulosa, es lo que confiere a
este polímero la etiqueta de semisintético.
Dependiendo del grado de nitración de la celulosa o, lo que es lo mismo, de la
intensidad del ataque del ácido nítrico sobre ella, el producto resultante
podía ser desde una plastilina semisólida, capaz de ser moldeada en diversas
formas y objetos, hasta un líquido muy viscoso. Schönbein también avisaba de
sus propiedades explosivas y de hecho, en años sucesivos, ese material se
utilizó con fines bélicos, con denominaciones como algodón de cañón o
nitrocelulosa.
En cuanto los detalles de la carta de Schönbein cayeron en manos del looby
parisino de la Química, Louis Ménard, un estudiante de Pelouze, se puso a
investigar en el tema y pronto descubrió que el nitrato de celulosa podía
disolverse muy bien en una mezcla de etanol y éter, disolución que fueron los
primeros en bautizar como colodión. Cuando la disolución, cual un barniz
cualquiera, se aplicaba sobre una superficie y se dejaba que el disolvente se
evaporara, se generaba un filme sólido, elástico, dúctil y a prueba de agua.
Pero en aquella época, los sabios franceses andaban muy atareados en disputas
internas de su Académie y no investigaron lo suficiente como para que se les
ocurriera aplicación alguna para el citado material, aunque algunos años más
tarde, y ya en otros países como Gran Bretaña o Estados Unidos, la gente usaba
las disoluciones de colodión como pegamento. De hecho, si uno investiga los
precedentes del famoso pegamento Imedio que nos acompañó en nuestra infancia a
los hoy ya sesentones, los primeros preparados de esa marca no andaban muy
lejos del colodión. En una aplicación más pedestre (y nunca mejor aplicado el
adjetivo) las disoluciones de colodión también se aplicaban como un remedio que
ayudaba a eliminar los callos de los pies.
Aunque no sabemos casi nada sobre la relación entre Schönbein, los franceses y
otros colegas de la pérfida Albión, lo cierto es que en la Exposición
Internacional celebrada en Londres en 1862, un inventor del país llamado
Alexander Parkes, exhibió en su stand una serie de objetos moldeados a partir
de disoluciones más o menos concentradas de nitrato de celulosa. Se incluían
allí cajas para guardar joyas, dientes artificiales, botones, empuñaduras de
navajas y otros objetos, algunos de los cuales podéis ver en el Museo de la
Ciencia de la capital londinense, si buscáis adecuadamente.
Parkes, que denominaba a su material parkesina (modesto que era el hombre), fue
uno de los triunfadores de la Exposición, ya que ganó una medalla de bronce y,
casi inmediatamente, se metió en la aventura de comercializar sus productos. A
finales de los sesenta de ese siglo XIX el catálogo había ido creciendo e
incluía brazaletes, pendientes, mangos de paraguas y hasta alguna bola de
billar. Sin embargo, la aventura parkesiana duró poco y el negocio se fue a
pique. Dicen los historiadores que la causa fundamental fue el empleo paulatino
de algodones (la fuente de celulosa de la industria de Parkes) de cada vez peor
calidad a medida que los pedidos iban creciendo, aunque otros lo atribuyen a
problemas con el carácter inflamable de la parkesina o a complicaciones en la
gestión empresarial.
Como parte de la liquidación de la sociedad entre los acreedores, la patente de
la parkesina fue asignada a un antiguo asociado de Parkes, Daniel Spill, que
decidió volverlo a intentar creando dos compañías, una en Inglaterra y otra en
USA. Y, en este punto temporal, la historia se encuentra con el concurso
convocado para buscar nuevas bolas de billar y las propuestas del neoyorquino
Mr. Hyatt. Este es también el momento en el que empieza el que, probablemente,
es el primero de los litigios que, a lo largo de la historia, han jalonado la
historia de los polímeros.
Las bolas no marfileñas que Mr. Hyatt había patentado no pasaron las primeras
pruebas de su uso en los salones de billar. Se inflamaban rápidamente si
alguien las tocaba con un cigarro y hay una curiosa carta a Hyatt del
propietario de un salón de billar de Colorado en el que le describe que, a
veces, un golpe un tanto desmesurado sobre la bola provocaba una explosión de
la misma, con un ruido parecido a un disparo. La cosa no era para tomársela a
broma porque ya se sabe que, en aquella época, a todo el mundo los dedos se les
volvían huéspedes a la hora de desenfundar las armas que llevaban al cinto, con
lo que se podía montar la mundial en pocos segundos.
En 1870, Hyatt consiguió avanzar un paso más en sus investigaciones y presentó una patente en la que propugnaba que si en la cubierta final de las bolas se empleaba una mezcla de nitrato de celulosa y alcanfor, el asunto de los disparos súbitos se controlaba mucho mejor. A esa mezcla, Hyatt lo bautizó como celuloide y su aceptación por el mercado bajó sustancialmente el precio de las bolas y contribuyó a la popularización del billar. Hoy sabemos que el papel fundamental del alcanfor es hacer de plastificante del nitrato de celulosa o, dicho en otras palabras, convierte a éste en un material más blandito, algo similar al empleo de los ftalatos en el PVC que se usa para fabricar cortinas de baño o balones de playa.
Además de las bolas de billar, otros muchos objetos empezaron a producirse con
el mencionado celuloide. Me quedo con los cuellos duros que llevaban algunos
frailes. O con los famosos
dickies, esas rígidas falsas pecheras de camisas que hemos visto en muchas
películas de cine mudo.
Pero el nuevo propietario de la patente de la
parkesina, Spill, estaba al loro de lo que se cocía en torno a las bolas de
billar y, enseguida, presentó una demanda contra la patente de Hyatt,
argumentando que el uso del alcanfor había sido ya introducido por su antigua
empresa en algunos de los preparados a base de parkesina. El caso fue largo,
caro y complicado y duró hasta 1887, cuando Spill murió sin conseguir su
propósito y la Corte Suprema de EEUU archivó la querella. El asunto curioso es
que Parkes testificó en el juicio a favor de Hyatt y en contra de Spill, su
antiguo socio. Dicen las malas lenguas que se la tenía guardada, porque pensaba
que una parte de la quiebra de la empresa se debía a una mala gestión
interesada de Spill.
El celuloide, entendido como nitrato de celulosa con algunos aditivos que lo
hacían más blandito, flexible y manejable, se empleó posteriormente como
material para la impresión fotográfica y, algo más tarde, como soporte para
registrar y reproducir las primeras películas. En esa aplicación hubo también
más de un susto, pues si bien se había controlado el carácter explosivo del
material allí empleado, el celuloide no deja de ser un material de llama fácil
y más de un archivo de películas antiguas ha ardido, como la Roma de Nerón, sin
poderse hacer nada para remediarlo. En los años posteriores, el nitrato de
celulosa fue sustituido por el acetato de celulosa, un pariente próximo que
resulta de tratar las fibras de celulosa con otro ácido, el acético (el ácido
del vinagre). Ambas celulosas modificadas son igualmente parientes del celofán. De nuevo, como en el caso del
nitrato de celulosa, pueden conseguirse diferentes grados de acetilación de la
celulosa, obteniéndose materiales muy variados.
El acetato de celulosa ha sido hasta los años 60 del siglo XX el soporte
fundamental del material de fotos y películas, al permitir que sobre él se
realizara una correcta dispersión de sales de plata sobre una capa de gelatina
depositada sobre el acetato. A partir de 1960/70, el acetato de celulosa ha
sido reemplazado como tal soporte por un plástico de origen puramente
sintético, el polietilen tereftalato, PET, el mismo que empleamos hoy en día en
la mayoría de las botellas de agua y bebidas carbonatadas y el mismo que ha
constituido la mayor parte de las fibras que aparecen como poliéster en las
etiquetas de nuestra vestimenta.
Luego ha llegado la era digital y todo eso ha pasado a la historia. Al pobre
celuloide le han quedado nichos de mercado como las bolas de ping-pong y
también se sigue empleando nitrato de celulosa en algunas lacas de uñas.
Pero tranquilas, chicas, que vuestros dedos no van a explotar.
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